Por Reyna Luna
Matamoros, Tamaulipas.- Qué tan grande serían los daños en el rostro de Adán Martínez, que 29 cirugías reconstructivas no han podido arreglarlo del todo?
Tenía solo ocho años, cuando Adán -hoy de 42- fue arrollado por un borracho que pensó que lo había matado. Ni siquiera se detuvo a brindarle auxilio, ni siquiera supo que lo llevaba arrastrando por dos cuadras hasta que un camión de la panificadora Bimbo le cerró el paso.
-“Llevas arrastrando a un niño”-, le gritó el chofer del camión al insensato conductor que finalmente paró. El espectáculo era macabro, la cara del niño prácticamente había quedado regada en dos cuadras, la oreja aquí, parte de la mandíbula allá…
A pesar de todo el daño sufrido y de los pronósticos de los médicos el cuerpo de Adán se negó a morir, pero si murieron parte de sus sueños e ilusiones. Quedó con su rostro desfigurado, la cruz que ha cargado por los últimos 34 años de su vida.
“No quería ni verme en el espejo”, recuerda Adán. No le gustaba la imagen que el cristal le regresaba, necesitaba operarse, pero no había con qué dinero; viene de una familia muy humilde del norte de Matamoros.
La idea de vender parte de sus órganos cruzó por su mente y de hecho lo intentó, pero los interesados no le llegaron al precio cuando puso en venta su riñón. Quería cien mil pesos, pero nadie se los dio.
La buena suerte comenzó a sonreírle luego de que su historia interesó a un noticiero local. Un buen médico cirujano se apiadó de él y le practicó varias cirugías, pero no eran suficientes. Necesitaba más y con equipo que no había en la Matamoros.
Así que en el Seguro Social de Monterrey le hicieron otras, pero la cobertura médica terminó y no quisieron venderle un seguro especial por el tipo de servicios tan costosos que requería.
En el barrio de la colonia Jorge Cárdenas, donde vive desde niño, su rostro se convirtió en el blanco de las burlas de sus amiguitos, fue por mucho, víctima del bullying.
“Cara parchada”, “cabeza hueca” o “rompecabezas” le llamaban cruelmente los niños, sin saber que con eso estaban matando la poca autoestima que le quedaba.
Comía poco, pues sus labios solo podían abrirse medio centímetro, lo que le gano también el mote de ventrílocuo. Su niñez y adolescencia se le fue entre burlas y el quirófano.
Adán solo pudo terminar la secundaria porque no había dinero para hacer la preparatoria. Quiso trabajar para costearse sus estudios y convertirse en un abogado, pero ese sueño tampoco se cumplió.
“Nadie quería darme trabajo… ni en las maquiladoras”, cuenta.
Su madre enfermó del Mal de Parkinson y murió, después su padre. Quedó huérfano.
Salía poco, la gente en general lo veía con repulsión lo que provocó sentimientos no muy nobles en el corazón de Adán, pero poco a poco se fue desechando del negativismo y su fuerza, esa que no lo abandonó cuando el accidente, emergió desde lo más profundo de su ser.
Después de mucho batallar, finalmente encontró un empleo. Vende casas de INFONAVIT, su sueldo dependerá de la venta, así que no tiene nada seguro, pero poco a poco va saliendo adelante. Ya tiene novia y la felicidad empieza a coquetearle.
Sin embargo, la necesidad de atención médica continúa.
Una terca bacteria, la e-coli, ha anidado en el hueso de la mastoides, lo que provoca que le supure un líquido por la oreja que lo está dejando sordo.
Por eso necesita dos cirugías más. Una en su oreja izquierda para terminar la reconstrucción del pabellón auricular y la otra para injertarle grasa en la mejilla izquierda.
Pero no tiene dinero para hacerle frente a esas necesidades médicas.
Ha solicitado ayuda, pero su petición ha caído en oídos sordos.
Adán además tiene en puerta la edición de un libro en el que narra su trágica historia y sus más de 29 cirugías que para entonces tendrá; es poeta y sus escritos pueden apreciarse en la internet.
A pesar de todo, Adán no pierde la esperanza ya no de poder lucir la mejor sonrisa, sino de poder escuchar mejor una vez que la bacteria sea desterrada de su cuerpo por métodos quirúrgicos pues se ha hecho ya inmune al medicamento. Lo más triste de la historia es que el causante del accidente nunca recibió su castigo y seguramente sigue conduciendo en estado de ebriedad aún sabiendo que puede literalmente, destrozarle la vida a cualquiera sin que la justicia haga algo por castigarlo o evitarlo.